viernes, 15 de febrero de 2013


“Cómo encontrar

al perfecto hombre

imperfecto (entre

tantos otros)”

Me gustan los hombres que toman café. Les observo mientras agitan el sobre de azúcar enérgicamente sobre la taza, le dan vueltas con la cucharilla y lo beben a pequeños sorbos.

Me hipnotizan ciertos rituales cotidianos sin importancia, y soy fetichista de las cosas más sencillas y tontas: como las pecas en la nariz y en las mejillas, o las cicatrices en la frente. Me pierden las bocas sutiles y labios marcados con dientes blancos y menudos, y el gesto de fruncirlas en un acto de timidez. Las cejas tupidas y mirada profunda.

He de confesar que me encantan los chicos que, al sonreír, se les achican los ojos y se les ensanchan los pómulos.

Los que se ruborizan, los que no lucen tatuajes ostentosos ni ornamento alguno, si fuman elegantemente y con estilo... los que beben y disfrutan una buena copa sin llegar al ridículo exceso.

Los que se aburren con los deportes y en cambio disfrutan leyendo incluso en los transportes públicos, ajenos al mundo.

Los que tienen manos delicadas y dedos largos.

Los que son discretos, educados y limpios hasta el escrúpulo, pero nunca vanidosos.

Los que no son ni altos ni bajos, ni feos ni guapos, ni rubios ni morenos, ni gordos ni delgados.

Imagino y adoro soñar que cuando pronuncian mi nombre en voz baja, casi susurrando (Okira...), cuando se duermen en mis brazos tumbados en el sofá y, en vez de roncar, respiran de manera casi imperceptible, como cervatillos (aunque nunca haya escuchado a ninguno). Pienso que en esos momentos dejan de ser hombres, son bebés. Es entonces cuando imagino que les olisqueo la cabeza y les beso muy flojito y muy despacio, para que no se despierten. Acaricio su sien, cejas peinadas y frente tibia con la punta de mis dedos.

Me gustan los chicos inteligentes, de piel clara, vello escaso y aire despistado. Selectivos, leales, y algo desordenados.

Torpes pero hábiles.

Tiernos, pero fuertes.

Lunáticos, pero centrados.

Ambiciosos pero sencillos, motivados y alegres.

Que saben cómo hacerte reír y lo hacen, que saben cómo hacerte llorar pero se abstienen.

Me encantan los hombres que son chicos y son niños, con la mirada al frente y los pies en la tierra. Y que por las noches, se dejan besar, arañar, morder y marcar por chicas desbaratadas como yo, con tatuajes, sin pecas en la nariz ni en las mejillas y con la cabeza en las nubes.

¿Sabes por qué? Porque suele funcionar.

Y además, también me gusta... tomar café.


 (adaptado)